Título: Antinoo – Un efebo que no muere
Colaboración: Franck Fernández – Traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)

El tema de hoy seguramente no será del total agrado de algunos. Quiero hablarles de la relación que hubo entre el emperador romano Adriano y su esclavo, un bitinio, 34 años menor que él. Un amor, una intensa pasión entre dos personas del mismo sexo. Pero primero les quiero presentar a los dos personajes de nuestra historia.

Publio Elio Adriano era oriundo de Itálica, una ciudad cercana a la Sevilla de nuestros días. Era sobrino del emperador Trajano, también de la provincia de Iberia. Trajano lo adoptó como hijo para dejarlo como su sucesor en el trono, reconociendo en el joven, militar y atleta, todo lo necesario para ser un buen emperador. Y fue el caso. Podríamos decir que el periodo de reinado del emperador Adriano coincidió con una de las épocas de mayor auge económico de este antiguo imperio. Amaba el mundo griego. Después de todo, eran los griegos los que habían aportado religión, arte, cultura y refinamiento a los antiguos romanos.

Adriano llevaba barba, como los antiguos filósofos, a pesar de que algunos alegan que el objetivo era ocultar una malformación que tenía en el rostro. Estaba casado con Vibia Sabina, con quién tenía una buena relación marital. Una vez Adriano con el título de emperador, se dedicó a visitar todos los confines de su imperio, que era grande. Desde la frontera de Escocia hasta bastante más al este de las fronteras de la actual Turquía. Desde el Mar Negro hasta la costa atlántica de Marruecos. Desde las orillas del Rin hasta muy al sur de Egipto. Porque sí, ya habían pasado por la historia Julio César, Marco Antonio y Cleopatra y, con la muerte de esta, Egipto había pasado a ser una provincia más de Roma. El emperador Adriano era un hombre intelectual y atleta al mismo tiempo.

Por otra parte, tenemos a Antinoo, joven bitinio. Bitinia fue un antiguo reino de Asia Menor que se encuentra al este de lo que es el Canal del Bósforo teniendo como frontera norte el Mar Negro. Nunca se sabrá exactamente en qué ciudad nació, aunque todo apunta a pensar que fue Mantinium, la actual Bolu turca. Se convirtió en el favorito de Adriano en algún momento desconocido, ya que se menciona oficialmente su presencia al lado del emperador solo en noviembre del año 130 cuando Adriano visita la provincia romana de Egipto. Era joven, estaría en sus 15-20 años, de cuerpo atlético, pequeña boca, aunque de labios pulposos. Rostro ovalado, bastante afeminado y cabellera muy rizada llegándole los cabellos hasta la nuca. Nunca se sabrá con exactitud cómo fue que apareció Antinoo en la vida de Adriano. Los pocos escritos que han perdurado de Adriano comienzan en el momento del fin de su vida.

Lo que es necesario decir es que entre ambos existió un profundo amor, carnal, intenso, apasionado. Me permito repetir que Adriano admiraba la cultura helenística y entre los griegos, y en menor medida los romanos también, un hombre adulto podía tener este tipo de relación con un joven hasta el momento en que le saliera la barba. A partir de ese momento, esa relación era mal vista. El mayor, mentor o érastes, servía de pedagogo y lo iniciaba en la vida y no solo en cuanto a relaciones sexuales. El menor, el núbil o erómeno era receptor de todas las instrucciones de su mentor. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Hoy las leyes son muy estrictas en cuanto al hecho de la mayoría de edad y relaciones consensuadas.

Durante este viaje de noviembre del año 130 a Egipto, Antinoo murió ahogado en el Nilo. Nunca se sabrán las razones, los detalles ni las circunstancias. Iban en una barca cuando, ante los ojos del aterrorizado emperador, el joven cayó (o se tiró) al río. El propio Adriano dijo que había sido un accidente, pero los historiadores e incluso los contemporáneos tienen otras opiniones. Dentro de la comitiva imperial estaba una poetisa profeta que acompañaba a la emperatriz. Esta poetisa alegaba que para que una persona mayor pudiera tener más años de vida, un joven tenía que sacrificar la suya. Nunca se sabrá si la poetisa habló del tema con el joven Antinoo. Quizás por temor a que, como ya salía de la edad púber, la relación pudiera causar problemas al emperador. Otra idea sería que se sacrificara el joven Antinoo para convertirse en hijo servidor de Osiris. Entre los egipcios existía la creencia de que aquellos que morían ahogados en el Nilo se convertían en servidores de Osiris.

Adriano tomó muy a mal la muerte de su amigo y amante. Las crónicas de la época cuentan que lloró como una mujer. Adriano, que había sido un emperador magnánimo, amable con todo el mundo y apreciado por todos, comenzó a tener un carácter amargo, cruel, huidizo. Lo único que quería era estar solo. Esto quizás se debiera también el hecho de que cada vez estaba más físicamente enfermo.

En su dolor, el emperador deificó a Antinoo. Esto de deificar a personas no era nada nuevo en el mundo romano. Solo que se deificaba a altos patricios romanos y no a un joven esclavo. Fue el único caso en la historia de Roma. Antinoo fue representado con los rasgos de Dionisio, de Hermes, de Apolo. Incluso hasta del propio Osiris. En todos los rincones del imperio fue adorado y ello durante varios siglos hasta que el cristianismo comenzó a desplazar a los dioses paganos. En Roma su aceptación como un Dios no fue bien recibida en un principio, pero poco a poco se hicieron a la idea. Se realizaron cientos de reproducciones de sus estatuas. En ellas lo vemos siempre con los ojos melancólicos, mirando hacia abajo y con su rostro inclinado hacia la izquierda, siempre con su joven rostro, con su hermosa y crespa cabellera.

No solo en estatuas encontramos la imagen de Antinoo. También en bajo relieves, en monedas y en joyas. Esto descalifica la opinión de aquellos que consideran que no era el amante del emperador sino un fiel servidor o incluso un hijo ilegítimo.

Con el renacimiento y el descubrimiento de nuevos yacimientos arqueológicos con esculturas romanas antiguas, los artistas renacentistas retomaron los rasgos del joven Antinoo y lo reprodujeron a la saciedad como ideal de belleza de un hombre joven. Incluso en el Vaticano podemos encontrar hermosas estatuas de Antinoo.