Título: 1665-1666, años trágicos en Londres
Colaboración: Franck Fernández – traductor, intérprete, filólogo

De haber leído la historia que les traigo hoy, mi madre, que tenía un refrán para cada hecho de la vida, ya estaría diciendo: -“las desgracias nunca vienen solas”. Y no hubiera dejado de tener razón mi madre. Este refrán es perfecto para describir los años 1665 y 1666 que, en Londres, fueron fatídicos por dos desgracias que se abatieron sobre esta ciudad, que ya para aquella época era una de las más pobladas del mundo.

La primera de estas tragedias fue la Gran Peste de Londres, una epidemia de peste bubónica causada por la Yersinia pestis. La Yersinia pestis, que siempre ha acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales, no por tener un nombre elegante en latín es una buena compañera de ruta. El segundo evento trágico de la capital inglesa fue el Gran Incendio de 1666. Nunca se sabrá a ciencia cierta cuántas personas murieron por causa de la peste bubónica en Londres ni por el incendio que le seguiría. En cuanto a la epidemia, los historiadores mencionan entre 70 y 100 mil muertos, es decir, el 20% de la población.

Pero estas cifras también pueden ser falsas. No todas las muertes fueron registradas. Recordemos que pocos años antes Enrique VIII, por cuestiones de faldas, había separado la Iglesia Anglicana de Roma y en los censos de mortalidad durante esta epidemia no fueron contados judíos, cuáqueros, católicos… ni siquiera niños de poca edad.

No era la primera vez que la peste negra, o bubónica, tocaba las puertas de la antigua Londinium. La gran peste de los años 1347, que a Londres llegó en 1348, causó la muerte de casi el 40% de la población de la ciudad. No existían medidas higiénicas contra la pestilencia, sin embargo, el rey Eduardo III dio la orden de sanear la ciudad entre 1349 y 1361. Al igual que el resto de las grandes ciudades europeas, después de la gran peste de 1347, Londres se recuperó gracias a la llegada de vecinos de pequeñas ciudades colindantes y al desarrollo del mercado internacional.

A comienzos del siglo XVI, en Londres se tomaron medidas para prevenir nuevas epidemias. Una de ellas fue adoptar un registro semanal de los muertos por parroquias con las causas del descenso, crear nuevos hospitales y cementerios, diferentes reglamentaciones como limpiar las calles, cerrar teatros, lupanares e iglesias en periodos de epidemia y encerrar en casa a los enfermos pobres con sus familiares sanos, indicando las puertas de las casas infectadas con una paca de heno y el mensaje “Lord haves mercy”. Sin embargo, todas estas reglamentaciones se veían rudimentarias respecto a lo que se acostumbraba en el resto de Europa. Algo sí era mucho más riguroso y era el control de la cuarentena marítima, estrictamente aplicado por la Royal Navy a partir de los años 1580 en caso de surgimiento de pandemia de peste bubónica en algún otro lugar de Europa.

Ya desde el año 1663 se sabía de una fuerte epidemia de peste bubónica en Ámsterdam. En Londres se cerraron rigurosamente los puertos con cuarentenas marítimas. Esta medida era tanto más rigurosa en la medida en ese momento Inglaterra y los Países Bajos estaban en guerra. No obstante, había una excepción para la cuarentena: no se aplicaba para reavituallamientos de la Royal Navy ni para mercancías destinada a la Casa Real. Se cree que las ratas infectadas entraron dentro de lotes de seda y de pieles procedentes de Ámsterdam.

Como casi siempre, la peste comenzó afectando a los medios más pobres. Al principio fue casi desapercibida. Se cree que la primera víctima fue la señora Margaret Pontius, cuyo caso fue registrado por la parroquia de Saint Paul Convent Gardens el 12 de abril de 1665.

El testigo histórico más importantes de esta peste fue Samuel Pepys, administrador de la Royal Navy y encargado de su reavituallamiento. El Sr. Pepys llevó un diario personal sobre todo lo que vivió durante esta epidemia. Dándole crédito al diario del señor Pepys, los enfermos en la ciudad fueron de conocimiento de las autoridades solo el 30 de abril. Por otra parte, el final del mes de mayo y de junio fueron inhabitualmente cálidos y secos en Londres lo que, evidentemente solo hizo que aumentará la cantidad de muertos. El hecho de ser seco propició la desgracia que seguiría en 1666.

En los registros parroquiales ya se enumeró un centenar de muertos por la peste la primera semana de julio, llegando a 267 la segunda semana de ese mes. Todo aquel que tenía la posibilidad de escapar puso pies en polvorosa. Finalmente la familia real abandonó la ciudad en julio de 1665 para solo regresar en febrero del año siguiente cuando todo se había calmado. Ya se había dado la orden de masacrar a todos los animales callejeros, entre ellos gatos y perros que sabemos son predadores naturales de las ratas. Las estadísticas demostrarían más tarde que fueron eliminados miles de perros y gatos, para gran placer de las ratas.

En Londres ya existían lazaretos, a semejanza de lo que se hacía en Europa del Sur. Estos lazaretos recibían a las personas aquejadas por la enfermedad aunque hay que reconocer que estaban en un lamentable estado. Las personas con cierta posición social y que pudieran pagar eran enterradas dentro de una comunidad religiosa, por profesionales o sus parientes. Los pobres morían solos, abandonados, encontrándose sus cadáveres tirados en la calle o dentro de sus casas. En los países católicos, la triste tarea de recoger a los muertos la realizan los padres mendigos, entre ellos los capuchinos. Entre los anglicanos, la recogida de cadáveres se les asignó a viejas mujeres ignorantes que, por un mísero salario, se dedicaban a no solo recoger los cadáveres sino también a determinar la causa del deceso y a señalarlo a las autoridades… amén de robarles sus míseras pertenencias.

Entre los medios que se utilizaban en esta época para luchar contra esta enfermedad estaba el fuego, el tabaco y el vinagre. En las calles se levantaban grandes braseros en los que generalmente se hacían quemar plantas o maderas aromáticas con la intención de purificar la atmósfera de las miasmas, que se consideraba transmitían la enfermedad. El tabaco, recientemente llegado de América y al que se le atribuían grandes méritos medicinales, también se utilizaba incluso obligando a los niños de algunas escuelas a fumar para evitar el contagio. Durante la construcción de la línea del metro de Piccadilly, cerca de una fosa común, se descubrió un depósito de pipas que era el medio privilegiado para infumar a los enfermos. En cuanto al vinagre, se le consideraba otro remedio, al igual que el agua de rosas y otros productos de olores fuertes con el fin de alejar las miasmas.

Algo positivo trajo esta epidemia junto con la de Marsella del año 1720. Por primera vez los galenos comenzaron a ver esta tragedia no desde un punto de vista astrológico, sino desde un punto de vista de discusión sobre las causas naturales y evidentes de la enfermedad. La última de estas grandes epidemias de peste en Europa fue la de Moscú de 1770. Esto es de comprender, considerando la lejanía de esta ciudad del epicentro del comercio europeo de la época.

El gran incendio de Londres de septiembre de 1666 también habría ayudado a erradicar la peste al eliminar bacterias y ratas responsables de la propagación de la enfermedad durante el incendio. Hay otros autores que consideran que el comportamiento de las ratas y de las pulgas habría cambiado debido a una pequeña época glaciar del momento y el mínimo de Münder. Este fue un fenómeno observado por los astrónomos de aquel momento cuando observaron una drástica reducción de las manchas solares en la superficie del sol. Lo más cierto sería la hipótesis que explica que la Yersinia pestis modificó a una forma menos virulenta de la enfermedad.

Lo cierto es que la disminución de epidemias por el mundo se debió a la producción barata y la comercialización de arsénico, que se utiliza ampliamente para erradicar a los roedores. La higiene, que comenzó a ganar terreno en la mente y las costumbres de todos, y el hecho de alejar animales dañinos del entorno del hábitat humano quizás son los elementos más importantes para la erradicación de esta enfermedad… por el momento.

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