Título: El Padre Popieluszko, mártir polaco
Colaboración: Franck Fernández – traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)

Es difícil escribir de la forma más imparcial posible sobre un personaje por el que siento una gran admiración y un gran desprecio por la forma en que fue miserablemente asesinado. Hablo de un sacerdote polaco, el Padre Jerzy Popieluszko. Para ello me tengo que remontar a finales del siglo XVIII cuando sus tres potencias vecinas, Rusia, Prusia y Austria, se dividieron Polonia. Dura fue la vida de los polacos en una nación sin país. La integridad nacional, al menos en lo espiritual y cultural, se dio en las iglesias y gracias a sus sacerdotes, intelectuales y artistas. Por ejemplo, en Varsovia, que formó parte de los territorios anexados por Rusia, estaba prohibido hablar polaco.

Fue en aquella época que se organizaban clandestinamente, en casas particulares, en catacumbas, iglesias y seminarios misas a las que se le dio el nombre de Misas por la Patria enalteciendo no solo los valores cristianos sino también los patrióticos. En Napoleón confiaron inútilmente los polacos para hacer renacer su perdida patria. Hubo que esperar el fin de la Primera Guerra Mundial para que, entre los acuerdos de los tratados de Versalles y Saint-Germain-en-Laye, surgiera nuevamente la nación polaca. Pero poco duró la alegría. Poco menos de 20 años más tarde, los herederos de la antigua Prusia, bajo la bandera de la esvástica nazi, invadían el 1 de septiembre de 1939 la joven recién reinstaurada república polaca por el oeste, siendo arteramente secundados por los soviéticos pocos días más tarde por el oeste.

Duramente fue castigado el pueblo polaco y toda la estructura económica, industrial y logística de ese país durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, en 1944, llegaron una vez más los soviéticos por el oeste. Esta vez como “liberadores”. Lamentablemente los norteamericanos e ingleses no habían sabido plantar cara a las ansias de Stalin de crear una barrera de países satélites que protegieran sus fronteras occidentales. Fue a lo que más adelante Winston Churchill llamó la Cortina de Hierro. Ya en 1947 comenzó la estalinización o sovietización de Polonia. Contra natura, porque el polaco es un pueblo muy católico y sabían todo de lo que eran capaces los soviéticos por la guerra que ya habían tenido con ellos de 1920 a 1922 por el afán de reincorporar a la Unión Soviética la que había sido antes su antigua colonia polaca y por la invasión de 1939.

En esa Polonia, trágicamente devastada por la Segunda Guerra en 1947, nace en un pequeño poblado del noroeste de Polonia, en una familia de campesinos pobres, el tercer hijo de un matrimonio profundamente católico. Se le dio el nombre de Alfons, en honor a un tío materno que había muerto en la guerra 25 años antes contra los soviéticos. Desde niño manifestó vocación por el sacerdocio. Imitaba al vecino de la casa de al lado, que era sacerdote. La vida en el campo en la Polonia de finales de los 40 era dura, como en casi todo el país. Primero Alfons y sus hermanos se tenían que ocupar de las vacas para después caminar 5 kilómetros y llegar a la escuela. A mitad del camino había una Cruz delante de la cual Alfons y sus hermanos se detenían a rezar.

El pequeño Alfons solo tenía una idea en mente, entrar al seminario de Varsovia para convertirse en sacerdote. Al llegar a Varsovia se entera de que, con su nombre de pila, Alfons, al igual que en idioma ruso, se designaba a los proxenetas por los que decide cambiar su nombre por Jerzy (se pronuncia sherzy en español). Sus sueños se convierten en realidad en 1972 cuando es ordenado sacerdote por el cardenal Stefan Wyszyndki.

Mientras estaba en el seminario, es llamado a cumplir los dos años de servicio militar obligatorio. Es enviado, como al resto de jóvenes seminaristas, a una unidad especial donde, por medio de la presión psicológica y la vejación física, se les trataba de doblegar en su vocación de sacerdocio. Una vez sacerdote es asignado como capellán de los estudiantes de medicina de la universidad de Varsovia. Sobre él recae la organización del equipo médico que atendería a las muchedumbres que asistirían a acompañar a Juan Pablo II en sus viajes apostólicos por Polonia en 1979 y 1983. Es durante el verano de 1980 que en los astilleros de Gdanks se crea espontáneamente un sindicato independiente y no doblegado a los intereses comunistas del país supeditado a Moscú. Todos recordarán el sindicato Solidarność creado por el electricista Lech Walesa.

Los obreros de la empresa siderúrgica de Varsovia, la Huta Warszawa, en solidaridad con sus colegas de Gdanks también entran en huelga y el primer domingo, encerrados en su fábrica, solicitan al Primado de Polonia, Monseñor Wyszyndki se les enviara un sacerdote para oficiar misa. El designado fue el Padre Popieluszko. Grande fue la sorpresa del joven sacerdote al ser recibido con grandes aplausos y vítores en la fábrica donde ya habían preparado un altar. El éxito de Solidarność fue total. En pocas semanas, de los 13 millones de trabajadores que había en ese momento en Polonia, ya se habían afiliado 10 millones. Así estaban las cosas hasta que, desde Moscú, el general Wojciech Jaruzelski, presidente del país, recibe la orden de reprimir la situación. El 13 de diciembre de 1981 se instaura la Ley Marcial en todo el país. La represión le siguió. Por centenares eran encarcelados los obreros polacos.

El Padre Popieluszko repitió lo que hicieron otros sacerdotes siglos antes que él. Volvió a crear las Misas por la Patria ante las puertas de su iglesia, San Estanislao de Kostka. Esa misa se realizaba una vez al mes y cada vez venían más y más feligreses a escucharla, por decenas de miles. No solo la plegaria, sino las exhortaciones del Padre Popieluszko reivindicando libertad para su país. Rápidamente se convierte en el capellán del movimiento sindicalista Solidarność haciéndose presente en los juicios que se les hacía a los encarcelados, ayudando materialmente a los que habían sido despedidos de su trabajo, apoyando con comida, ropa y apoyo espiritual a los familiares de los prisioneros.

La seguridad del estado le seguía de cerca los pasos. Ya había sido llamado a declarar en más de una ocasión en sus oficinas. Le sembraron documentos falsos, municiones y explosivos en su apartamento. Todo en vano. Nada hacía cambiar de opinión a este patriota con sotana. El Primado de Polonia, Monseñor Glemp a la muerte del Monseñor Wyszyndki, más conciliador con el régimen, le pidió bajara el tono en sus homilías. Ya el Padre Popieluszko era demasiado peligroso para las autoridades.

El 13 de octubre de 1984 la seguridad del estado trató de provocar un accidente de tránsito lanzándole una piedra contra el coche en el que viajaba cerca de Gdanks. El 16 de octubre, ante el peligro que corría, Monseñor Glemp le propuso ir uno o dos años a Roma, a lo que él se negó. El 19 de octubre fue a realizar una misa por los mártires polacos de Bydhoszcz, asesinados por los nazis en septiembre de 1939. Esa fue su última misa. Como si de algo premonitorio se tratara, en ella citó a San Pablo: “No te dejes vencer por el mal, sino vence el bien por el mal” Romanos 12:21. Al salir de regreso a Varsovia con su chofer fueron detenidos por un coche de policías. No eran tales. Eran agentes de la seguridad vestidos de policías. Se llevaron al Padre Popieluszko y a su chofer, Waldemar Chrostowski. El chofer, en mejor estado físico que el sacerdote, logró saltar del coche en movimiento, no corriendo la misma suerte el Padre Popieluszko en su intento. De hecho, fue gracias al señor Waldemar, que llegó a casa de un campesino, y fue llevado a casa de un sacerdote que de inmediato se pudo saber que el padre había sido secuestrado.

Ante el intento de fuga, los tres agentes de la seguridad le dieron una primera paliza al Padre Popieluszko. Lo metieron en una gran bolsa y lo tiraron en el maletero del coche en el que iban. Más tarde, a 100 kilómetros del lugar, bajaron al secuestrado del maletero y, en un lugar discreto, fue salvajemente golpeado. Prácticamente no hubo hueso de su cuerpo que no le rompieran. Amarraron grandes piedras al cuerpo que creían sin vida y lo tiraron a las aguas del Río Vístula. A la mañana siguiente las autoridades religiosas daban la información del secuestro del popular y querido sacerdote.

Su cuerpo fue encontrado en una represa solo el día 27 después de que uno de los oficiales reconociera el crimen y confesara el lugar en el que habían tirado su cuerpo al río. No es necesario hablar del impacto que tuvo en todo el pueblo polaco la noticia. Primero la noticia del secuestro, después la del hallazgo del cuerpo de Popieluszko. Su entierro, al que asistieron centenares de miles de personas, se convirtió en una manifestación de protesta contra los asesinos y contra el régimen que había dado la orden. Pocos meses más tarde fueron enjuiciados los cuatro militares que habían perpetrado el asesinato. Ultraje suplementario, realmente fue un acto de acusación contra la víctima y denuncia a la Iglesia, acusando el ministerio público que el crimen era altamente justificado por los crímenes del sacerdote. Los culpables solo “se habían sobrepasado rebasando la ley”. Ninguno de ellos cumplió los 15 y 25 años a los que fueron castigados.

Desde 1997 el Padre Jerzy Popieluszko es considerado mártir de Polonia y durante el pontificado de Juan Pablo II comenzó su proceso de beatificación. El primero de sus milagros fue acabar con el miedo que sentían los suyos, los polacos en su lucha por su libertad.