Colaboración: Franck Fernández – Traductor, intérprete, filólogo (altus@sureste.com)

Aristocatos petersburgueses en los sótanos del Hermitage

El 27 de mayo de 1703 con gran pompa inauguraba oficialmente el zar ruso Pedro I su nueva capital. El territorio se lo había arrebatado en guerra a los suecos y sobre terrenos cenagosos infectados de mosquitos en verano y verdaderas trampas de hielo en invierno se construyó una capital sobre los cadáveres de cientos y miles de pobres campesinos rusos que habían traído a trabajar como esclavos. Se había creado San Petersburgo, consagrada al Santo Patrón del Zar que, para estas fechas, ya se hacía llamar Imperator, como los de Roma.

La capital prometía ser otra gran capital europea, pero, sobre todo, un puerto para tener acceso al resto del mundo a través del mar, cosa que le faltaba a Rusia en estos momentos. Más tarde vendría Catalina II, la Grande, y añadiría a los deseos de Pedro el Grande puertos al sur mirando al Mar Negro, arrebatados a los turcos.

Y que no se diga más. Un nuevo emperador ruso necesitaba un gran palacio. Fue así que comenzó la construcción del Palacio de Invierno que fue residencia oficial de los Romanov hasta que en 1918 se instauró el gobierno bolchevique. Fue a Isabel I, Elizabeta Petrovna Romanova en ruso, la que se encargó de convertir el palacio de madera de su padre en el palacio que vemos hoy, de sólida piedra. Claro, también hubo que esperar a Catalina II para que se construyera el Palacio de Invierno casi como lo conocemos en nuestros días, pero al que la gran Catalina comenzó a llamar Hermitage, o mejor dicho, ermita en español. El Hermitage siguió creciendo después de Catalina II y hoy en día es un complejo de cinco edificios formados por el Pequeño Hermitage el Gran Hermitage, el Palacio de Invierno, el teatro del Hermitage y el Palacio Menshiko. Incluso en nuestros días, el edificio que se encuentra enfrente, el Almirantazgo y un nuevo Hermitage algo alejado y destinado a obras contemporáneas también forman parte de las instalaciones de este muy gran museo.

Pero desde el momento en que comenzó la construcción en piedra sólida, el museo sufría un problema al que también se confrontada la nueva capital rusa: una gran invasión de ratas. A los oídos de la zarina Elizabeta llegó la noticia de que la ciudad de Kazán había vivido una experiencia similar y el problema se había resuelto trayendo gatos a la ciudad; decretó que desde la antigua capital tártara se trajeran los 30 mejores especímenes de gatos a su palacio para dar cuenta de tan desagradables roedores. No es necesario decir que muy poco tiempo después de la llegada de los gatos tártaros las dañinas ratas desaparecieron.

Más tarde llegó la Gran Catalina que , a pesar de que no le gustaban los gatos, no por ello dejó de reconocer su utilidad, para ellos creó el título de Guardianes de las Galerías de Arte. La Gran Catalina dividió a sus huestes de guardianes de cuatro patas en guardianes exteriores y guardianes interiores. Los interiores eran fundamentalmente gatos azules de Rusia y los exteriores eran gatos que, por temporada, vivían en los sótanos de palacio al que entraban por el sistema de ventilación.

Durante siglos y en los sótanos del palacio, que suman más de 20 kilómetros de longitud, vivieron animales que se incorporaban a los legendarios cazadores de roedores. No podemos hablar de descendientes en la medida en que, para que no marcaran su terreno con el desagradable olor a orine, Elizabeta I entendió que había que esterilizar a los pobres animales.

Así estuvieron las cosas hasta que se declaró la Primera Guerra Mundial y, para desterrar la germánica connotación del nombre que Pedro el Grande le había dado a su capital, decidieron los últimos zares rebautizarla con el nombre de Petrograd, es decir, la Ciudad de Pedro en ruso. En 1924, a la muerte del fundador del régimen comunista, también por decreto, las autoridades de Moscú, que se había convertido nuevamente en capital después de 1703, le dieron el nombre de Leningrado. Con la operación Barbarroja los nazis llegaron a las puertas de la otrora capital y la cercaron en un bloqueo que duró casi 1,000 días, como antiguamente se hacía ante las murallas de las ciudades medievales. Nadie entra nadie sale. Terrible fueron los momentos que vivieron sus habitantes que no lograron huir. Los malditos nazis, con la más cobarde de las premeditaciones, lo primero que bombardearon fueron los graneros de la ciudad para condenar a sus habitantes a muerte por hambruna.

No es necesario decir que todos los animales de la ciudad fueron devorados por los hambrientos leningradenses y los gatos que en ese momento vivían en los sótanos del Hermitage corrieron la misma suerte. Por demás, la enorme colección de obras de arte del gran museo fue enviada a Sverdlovsk (actual Ekaterimburgo) para ser protegidas de los bombardeos que se sabía serían inevitables y también en previsión de los mismos los sótanos del Palacio de los Romanov fueron habilitados como 12 refugios antiaéreos.

Cuando finalmente los alemanes fueron desalojados de las afueras de la heroica y mártir ciudad, desde Yaroslavl trajeron dos vagones de trenes llenos de gatos. Pobrecitos, durante días no los alimentaron y al abrirles las puertas salieron hambrientos en busca de ratas. Esta misión era repoblar con gatos la ciudad, pues ya no había quedado ninguno y, a consecuencia de ello, se había desarrollado una importante población de ratas. Una parte de los gatos importados, como antaño, vinieron a refugiarse en los calentitos y amplios sótanos del Hermitage.

Hoy en día la población gatuna del fabuloso museo es de aproximadamente 70 gatos. Todos tienen su documentación, chips y son sistemáticamente vacunados y supervisados por una veterinaria titular que se ocupa de su higiene. Para poder controlar la cantidad de gatos dentro del museo cada segundo fin se semana de mayo se celebran los Días de los Gatos del Hermitage y se les da permiso a los gatos para pasear por los salones de exposiciones e incluso salir a los jardines. Los visitantes del Hermitage pueden visitar los dominios privados de los gatos. Se organizan exposiciones temporales con cuadros de los fondos del museo en los que aparecen gatos. Se hacen concursos de dibujo para niños. Personas que han sido previamente entrevistadas y seleccionadas pueden llevarse a casa en adopción un gato con el muy prestigioso pedigree Gato del Hermitage. Su feliz propietario tiene entrada gratuita vitalicia a todas las instalaciones del museo.

Para los días en que los gatos pueden salir de sus territorios se ha tenido que crear una señal de tráfico única en el mundo. La misma advierte a los automovilistas que circulan por los alrededores del museo prestar atención con los gatos para no arrollarlos. Ya algunos de ellos han muerto atropellados por automovilistas distraídos.

Cerca del museo se ha abierto un establecimiento llamado Cafetería República de los Gatos. Aquí vienen los clientes para tomarse un café o un célebre te ruso, hablar sobre gatos, interesarse por la castración, considerando la amplia experiencia que tiene el museo en ello y también para donar dinero para el mantenimiento y cuidado de los amigos de cuatro patas. El museo no tiene una partida dedicada a la alimentación, cuidado y tratamiento de los felinos residentes. Los gatos del Hermitage tienen nombres de artistas, abundando los de pintores impresionistas. Nunca han faltado Gauguin, Cézanne y Monet. Hubo una Saskia, gata que llevaba ese nombre en honor a la esposa de Rembrandt.

Si tiene la posibilidad de estar en mayo en la ciudad de San Petersburgo, amén de todos los maravillosos lugares que merecen ser visitados y conocidos, no deje de venir el segundo fin de semana de mayo para visitar no solo las galerías con sus famosas obras de arte, sino también los subterráneos residencia de los gatos del Hermitage.

Traductor, intérprete, filólogo altus@sureste.com