Colaboración: Margarita Robleda Moguel

margarita_robleda@yahoo.com

PD a los reyes magos

Llegaron y se fueron pero siempre estamos a tiempo para renviarles el pedido en un santiamén

Sé que los Reyes Magos ya llegaron y se fueron, pero también, que siempre estamos a tiempo para enviarles una posdata y a través de la infinidad de formas de envíos que ahora existen, manden el pedido en un santiamén.

Posdata 

Queridos Reyes magos: Sí, ya sé que no fueron reyes, ni magos ni siquiera tres.

Pero tampoco yo soy una niña vestida de rana, así que sigamos jugando al chentutuz, que le da a nuestra vida diaria la urgente cucharada de fantasía que nos aligera tantito el morral de la neurosis.

Hace unos días tuve la fortuna de ir a Valladolid y participar en mi primer jetz mek: ancestral ceremonia maya que aún se practica en el interior de Yucatán. En ella, mientras caminan en círculos, los padrinos les van dando a los ahijados, según el género, utensilios para aligerar el camino.

Mi amiga Candi May Novelo, incansable promotora de la lectura y de la cultura maya, le dio a su ahijado el Popol Vuh y un libro con los derechos de los pueblos mayas, para fortalecer su identidad. Al ver sus regalos, pensé que también, tendrían que haberle añadido una muñeca, pues, independientemente de si decide o no ser papá, el varón necesita aprender a dejar fluir su ternura en beneficio propio y el ajeno.

Solicito un martillo, para romper todos los candados y rejas que me amarran, me atan. Ya sea exteriores como el miedo al qué dirá o interiores: terror a equivocarme, entre otros.

Tijeras, para cortar el egoísmo de creerme el centro del mundo, que todo lo merezco, que el mundo debe girar alrededor mío. Estas tijeras deben estar muy afiladas para cortar también, desde la raíz, la intolerancia. Quiero aprender a reconocer que somos diferentes y que las diferencias nos enriquecen.

Cinta métrica, para medir las consecuencias y hacerme responsable de ellas. No puedo decir “se cayó el vaso”. Tengo que aprender a responder: ¡se me cayó a mí! Quiero medir la fuerza de mis palabras. Tomar conciencia de que con ellas puedo encumbrar o destruir.

Una calabaza llena de agua me recordará lo que es vital; lo esencial de lo superfluo, lo importante de lo inmediato, lo valioso de lo caro, lo que es auténtico entre tanta marcada, cual ganado vacuno, de marcas comerciales. Me invitará a buscar gente con pozo profundo para intercambiar nuestras aguas frescas, distintas, estimulantes, únicas y evitar las pequeñas charcas de agua estancada de tantas quejas y reclamos, de tanto juicio a las vidas ajenas.

Una luna que mantenga mi curiosidad alerta, que me ayude a seguir las pistas que me llevarán, como en un rally, a la siguiente etapa.

Una vela, para mantener encendida la esperanza, a pesar de tanto viento de tristeza, apatía, desinterés que sopla en derredor. Esperanza que se construye cada día en la creencia de que aún somos capaces de recuperar nuestra esencia humana.

Un espejo, para mirarme como realmente soy y cómo podría llegar a ser si logro despojarme de tanta prisa, tantas necesidades aprendidas, tanta superficialidad, tanto enojo, tanta frustración, tanto tanto que me roba la vida.

Una ventana, para descubrir que el mundo es mucho más amplio que el perímetro de mi casa, mi familia, mi ciudad, mi conocimiento, formación, gustos, tradiciones, cultura, forma de ver la vida. Que el universo es contenedor de universos sin fin y todos ellos pueden estar en el corazón de una persona.

Una puerta, para mantenerla siempre abierta. Nunca se sabe cuándo una palabra, un gesto, un hecho, un libro, una persona… nos puede cambiar la vida.

Gracias, queridos, aunque no sean reyes, ni magos ni siquiera tres, de parte de una que ni es niña ni tampoco rana, pero que, así como ustedes, deambula por la vida en busca de una estrella que un día nos guiñó el ojo y después de eso las cosas nunca volvieron a ser igual.

margarita_robleda@yahoo.com