Psic. Elsy Baeza Martínez

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«No era más que un zorro semejante a cien mil  zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo»

Antoine de Saint-Exupéry-El Principito

Hoy es un buen día para contarles de un amigo muy especial, que hace muchos años está conmigo en las buenas, malas y peores. Realmente no recuerdo cuántos años teníamos cuando nos conocimos pero fue en el grupo apostólico Rocamar y en la convivencia fraterna que se dio en unas misiones en la hacienda llamada Uayalceh de Peón, donde más de una decena de chavos muy jóvenes nos fuimos a evangelizar y así entablar una amistad duradera. Eran tiempos donde la gente se reía y gozaba cualquier “chayada” y cualquier juego lo convertíamos en algarabía, donde nos encantaba inventarnos apodos graciosos y se nos ocurría hacer noche de premiaciones basándonos en las peripecias que pasábamos y el comportamiento que teníamos con los demás; en ese tiempo la vida era muy simple, nosotros queríamos ir a hacer la diferencia evangelizadora y la gente del poblado nos ayudaba a darnos cuenta de todas las cosas que teníamos para agradecer y no apreciamos del todo.

De ésta experiencia se formó un grupo precioso de amigos a los que nos encantaba buscar pretextos para organizar alguna convivencia en casa de los Arjona o de Roberta, o de Adri y Mauro, etc.; reuniones donde no se necesitaba más que unos refrescos, música, botana, porque  nosotros nos pintábamos solos para el relajo y siempre reinó un ambiente  sano.

Recuerdo esos fines de semana que le pedíamos que pase por nosotros y demos roles por las casas de los chicos que nos gustaban, el muy amablemente lo hacía y se moría de la risa con nuestras ridiculeces de pavas.  También recuerdo las fiestas de fin de año donde el centro de reunión después de estar con nuestras familias, era su casa y cada año se nos ocurría hacer la parodia de algún programa de moda donde salían artistas invitados que cantaban, y lo que hacíamos era imitarlos y recomponer las letras de las canciones con alguna cosa chusca que planeábamos con anticipación entre Milocho, Níger, Laurita, Amirita, Eduardo, Gerardo, yo y algunos otros que se sumaban al jolgorio; dábamos premiaciones como noche de Oscares, nombres como “Las divas de Oro” o de Plata, o “La Rosa Venus” o “el regreso de la Diva”, cosas así  en donde hasta participaba su mami, “la Tía Normita”, con algún personaje de telenovela.

El tiempo pasó y nos hicimos mayores, cada quien se fue a vivir lo suyo, yo me dediqué a trabajar, él se fue a seguir su vocación, de ahí lo mandaron a Roma a prepararse estudiando diplomacia en la academia pontificia y derecho canónico, para tener como primera Sede de trabajo como Secretario de la Nunciatura en Papúa, Nueva Guinea.

Nunca dejamos de comunicarnos, era muy usual platicar de todas las cosas que pasaban, como familiares que se cuentan sus cosas y no sé en qué momento, me di cuenta que se había convertido en mi director espiritual, me regañaba y regresaba a la tierra cuando tenía que hacerlo y yo también lo regañaba, diciéndole “no te satures, bájale a tu ritmo de visitas, te vas a cansar, te exiges demasiado”, como recordábamos hace unos días.

Hemos crecido en edad, emocional y espiritualmente, y siempre he pensado que el vino con este Don, yo me hice poco a poco en el camino con su ayuda y sus consejos, ¡sin duda alguna! Es por eso he comenzado este escrito con una frase del principito con la que bromeábamos a veces, obviamente yo soy el zorro y ahí se resume una amistad más allá de la investidura, una amistad donde está Dios en medio.

A los dos nos ha tocado vivir cosas fuertes como son el despedirnos de amigos entrañables que se nos adelantaron,  y a él y a su familia les tocó ver partir a Alfonso, su hermano, que fue un golpe muy duro pero siempre ha tenido esa capacidad de reponerse dado a su espiritualidad y la enorme fortaleza, esa que sólo te da la fe.

De Papúa  vinieron otros lugares lejanos, como Costa de Marfil, Burkina Faso y Níger, de ahí a Washington y posteriormente a Canadá y Serbia, donde trabajaba con ahínco, aunque siempre extrañando a su tierra, a su familia, a sus amigos, pero sabía que ese sacrificio valía la pena. Gracias a la tecnología podíamos hacer video llamadas con otras amigas entrañables como Rosanita, Margarita, etc.,  y cuando llegaba de vacaciones siempre procurábamos organizar reuniones para ponernos al día y en estos eventos se sentía como si no estuviera lejos, ustedes saben, como si nunca se hubiera ido.

La vida pasa muy rápido y llegó ese día en que se convirtiera en Monseñor, un Monseñor con personalidad alegre y amable, sinceramente la amistad no me permitía dimensionar que llegaría el momento en que se convertiría en Nuncio apostólico, aunque  tengo el privilegio de llamarlo amigo y en mi casa es como un hijo más, aquí conocemos al hijo, al hermano, al ser humano, al misionero, a la persona que siempre está pensando en los demás, a la persona que tiene la facilidad de ponerse en los zapatos del otro, que tiene una inmensa nobleza en el corazón, y sabiduría para darte el mejor consejo. Él ha formado parte de muchos de mis cambios de vida, ésos de los que me siento orgullosa y estoy segura que sin su ayuda no lo hubiera conseguido, ese aliento que te dan los amigos que te hace sentir que puedes lograr todo lo que te propongas, como en mi caso, que me ayudó a lograr esas metas que yo ya había dejado en un cajón y me animó a estudiar lo que yo siempre desee,  seguir mi verdadera vocación de Psicóloga y abrir mi propio consultorio. Siempre me brindó el aliento que necesitaba y su apoyo ha sido incondicional.

Hoy me siento inmensamente feliz por su nombramiento como titular de Viruno y Nuncio Apostólico en Papúa Nueva Guinea al igual que mucha gente que lo conoce y aprecia, los de Rocamar, los de Reencuentro y otros grupos apostólicos, los que conocemos el alma de Fermín Emilio, los que gozamos su alegría y fraternidad, ¡los Izamaleños y los no Izamaleños! No podía dejar pasar ésta oportunidad para contarles un poco más de lo que algunos no conocen acerca de mi amigo, ese chico que siempre parecía más joven que todos, de sonrisa franca, de carácter ameno, que nos acompañaba a dar roles, que se reía de todas nuestras ocurrencias, ese amigo que nos aconseja sabiamente, el que cuando escucha la canción que cantábamos en Rocamar: “alma misionera” todavía se emociona y sus ojos reflejan su amor vocacional, esa que dice: llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir, donde falte la esperanza, donde todo sea triste simplemente por no saber de ti.

Dios te bendiga y cuide tus pasos siempre amigo del alma, Dios te guíe Monseñor Fermincito y la santísima Virgen “Mama Linda” te cubra con su manto en ésta nueva encomienda. Hoy cosechas lo que has sembrado y sé que darás lo mejor de tí porque para esto te has preparado tantos años, pero más porque eres un alma buena, un alma misionera.